Estamos en tiempo de elecciones en ambos lados del océano. El marketing político está a full. Las estrategias van y vienen. La gran diferencia con la política es que en nuestro caso no podemos decidir sobre si nos postulamos o no. Acá estamos, en un lado del juego de la vida que nunca pensamos ocupar. “A mí no me va a pasar”; hasta que pasa. Ese podría ser un buen slogan.
La decisión de presentarnos al cargo no es nuestra, solo por momentos y ante la alternativa de algún tratamiento. Sin embargo en algunos momentos sentimos la culpa por lo que nos pasa, por cómo pasa, o por sólo verlo pasar. Es el desasosiego y la inestabilidad que da el no ser jefes de campaña, ni candidato que se precie.
Un discurso que espera ser pronunciado. Ni siquiera podemos proclamar un silencio absoluto, espontáneo o indiscriminado. Ni el sigilo, elegido como herramienta que genera contradicción ante la posibilidad de un tratamiento y los efectos secundarios.
A medida que avanza la enfermedad los tratamientos son más agresivos en ambas direcciones: en el impacto sobre el curso de la enfermedad y sobre nosotros mismos. Efectos positivos y negativos. El tema es ¿cuál prevalece? Ante nosotros la impotencia se hace carne.
¿Qué hacemos damos comienzo o posponemos el tratamiento sobre el que depende del curso de la enfermedad para poder recibirlo más allá de las contraindicaciones? Flor de dilema.
¿Qué hacemos damos comienzo o posponemos el tratamiento sobre el que depende del curso de la enfermedad para poder recibirlo más allá de las contraindicaciones? Flor de dilema.
Ahí es cuando el colapso aparece, y de acuerdo al momento en el que estemos, vemos la mitad del vaso lleno o la mitad del vaso vacío. Aunque a veces hay que entender que es difícil, solo mirarlo. Una lucha mental encarnizada entre lo que puede ser, lo que creemos que será y lo que posiblemente puede suceder.
A todo esto los efectos secundarios son parte de un mismo paquete del que a veces prevalecen las advertencias, que pasaron inadvertidas, y es ahí cuando nuestras esperanzas se hacen trizas junto con la suspensión obligatoria del tratamiento. La ecuación costo beneficio dio negativa. Y luego nos sobreponemos y recomenzamos.
Aunque exista un tratamiento en la balanza convive un desequilibrio entre lo bueno y lo malo. En medio nosotros. Y más allá del camino por el que elijamos continuar, los “que hubiera pasado si…” hay que dejarlos a un lado porque no contribuyen ya que lo hecho, hecho está. Mientras haya una alternativa sobre la que decidir ni tan mal, aunque los pactos no tengan cabida.
Tienes razon en todo,miramos que nos pesa mas si lo bueno o malo de tomar el tratamiento y pensamos que pasaria si....no lo tomase,si lo dejase todo....ya ni siquiera me molesto en pensar,sigo esta corriente que me lleva hacia un sitio desconocido y confuso.
ResponderEliminarEres maravillosa. Pepi
ResponderEliminarEnhorabuena por el negativo de tu analisis, ultimamente estoy leyendo tu blog, te mando todo mi apoyo y animo para que seas fuerte en la batalla que te ha tocado vivir. Espero que sigas fomentando tu creatividad con la escritura besosssss Montse
ResponderEliminarA veces tener opción no es la mejor alternativa en vista a las consecuencias que puede provocar al tratamiento. Oscar
ResponderEliminarQue lio, yo estoy ante una situación parecida y no se para donde correr. Me siento identificado. Facundo.
ResponderEliminarDependiendo en que edad y momento de la enfermedad nos pille,el tratamiento ayuda y bastante...animo a todos que merece la pena seguir luchando
ResponderEliminarPodemos decidir que tipo de vida llevar con em y como la queremos vivir. Kontxi
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