De
pronto un día abrimos los ojos y nos sorprende la visión doble, ver
manchas negras, pérdida de visión, vista borrosa, dolor ocular. Asi
de intespectiva es la esclerosis múltiple. Aunque nos refregamos los
ojos incesantemente nada mejora, buscamos desesperadamente los
anteojos con la intención de solucionar el problema, sin embargo
nada cambia cuando nos los ponemos. Vamos al baño y nos miramos al
espejo, esperando que haya sido una pesadilla, pero el síntoma sigue
igual.
Acto
seguido, mientras la desesperación aumenta, llamamos al oculista
para que nos de una explicación, o más bien, una solución. Hasta
que finalmente y después de acudir al oftalmólogo y ser derivados
al neurólogo, nos enteramos que la esclerosis está haciendo de las
suyas.
Es
en ese momento cuando aparece una de las pesadillas: la vista ¡NO!.
Ver y mirar toman otra categoría que queremos defender a capa y
espada.
Con
las manos atadas -de manera figurativa- quedan por delante unos dias
de corticoides intravenosos, y mientras cruzar los dedos, rezar o
pedirle a quien depositemos nuestras esperanzas. Y esperar un tiempo
con paciencia y afrontando no pocos obstáculos por la pérdida o
inconvenientes de visión, a que los corticoides hagan efecto, que
la suerte nos acompañe y que todo vuelva a la normalidad, sin
secuelas y con la vista al frente.
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