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Inconmensurable

Primero el pie derecho, por eso que dicen que hay que entrar con buen pie, aunque quien sabe cual es el mejor pie. Me congelé en un instante. Quise ir hacia atrás, retroceder pero insistí con el otro pie. Era frio, transparente, ruidoso, y salado. No el encontraba explicación pero ese era el día, lo había logrado, estaba en el mar. Después de derribar fantasmas y ante una mejoría evidente, la sensación era inaudita, infinita, más bien inexplicable.
No sabía si reirme o llorar pero de alegría. Yo estaba en el agua, en la inmensidad del mar. Me quedé quieta, impávida unos minutos disfrutando por un lado y esperando que mis piernas entraran en calor. El agua estaba helada, a pesar que era un día caluroso de verano.
Fui entrando poco a poco, era más que una inmersión. Todo alrededor requería de un esfuerzo, no sobre humano, pero si un esfuerzo al fin. A mi compañera de viaje, la muleta, la dejé sobre la arena, lejos de mi alcance, no era momento de estar juntas, me quería liberar, sentirme libre y parecía que mi cuerpo me estaba dando una tregua.
Volví con mis pensamientos a ese instante, a saborearlo. Notaba las piernas entumecidas, el corazón palpitante mientras equilibraba las ganas de meterme al mar y la necesidad de mantenerme en pie. Una fuerza interior me mantenía a pesar de la potencia de las olas que pasaban casi sin descanso una tras otra. El fondo no era firme, más bien ondulado y desparejo así que me aferré con los dedos de los pies para no caerme, alcé y puse los brazos en cruz. No era una hazaña pero a mi me lo parecía. Sentir los pies, mover los dedos, que sensación de poderío incalculable.
Paso a paso. Primero un pie, luego el otro, miraba el horizonte y el mismo tiempo como mis piernas avanzaban entre el agua transparente que dejaban traslucir mi pálido color invernal. Las olas eran constantes y sonantes. El momento emocionante.
El olor a bronceador me desconcertó generando recuerdos, sensaciones y sentimientos. De pronto parecieron reales, aquellos veranos en Mar del Plata y en Pinamar se agolpaban en mi retina, el aroma de verano igual que el bronceador hawaian tropic.
Se me erizó la piel, y no porque el agua ya me llegaba a la cintura, sino por sentir el agua recorriendo mi cuerpo, eran caricias anheladas.
Fue un rato en el que volvimos a conocernos, de reconocimiento. Aunque había gente a nuestro alrededor, la intimidad nos complementaba. Faltaba un paso más  y lo dí.
Al zambullirme sentí una explosión de placer, sortear la ola fue magnífico como un hecho que parece tan insignificante pero no lo es. Sumergirme debajo del agua, atravesar la ola, la felicidad me invadió y una sonrisa explotó en mi cara.
Después de 7 años llegó, fue ese instante.
Me pareció un sueño, no quería salir del agua por más que el frio se empezaba a apoderar de mi cuerpo, casi tiritando empecé a salir aunque a regañadientes. Temía despertar y que aquello fuera resultado de mi imaginación.
Habían pasado muchos años y aquel encuentro fue sublime. Aquel lunes soleado de verano, era agosto a media mañana y por fin había llegado el día. Un encuentro inconmensurable entre el mar y yo. 




Comentarios

  1. ¿Quieres decir con eso que realmente has mejorado o es sólo fruto de tu imaginación? Si es lo primero, no sabes cómo me alegro, al mismo tiempo que me da esperanza de que yo también pueda conseguirlo algún día. ¿Pero cómo se produjo el milagro?

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  2. Cuando falla la movilidad se agudizan otros sentidos, incluída la sensibilidad para expresar los sentimientos. Emocionante experiencia.
    Luz

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  3. Maravilloso cielo, eres muy grande. La mente tiene la valentía de muchas cosas hasta asombrarnos. Un beso

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