Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Fue
un golpe seco, sin caída, un flash, que irrumpió sin previo aviso. La mano
quedó inmóvil, dura, sin movimiento. Perdió toda capacidad, ya no fluía, estaba
inmóvil, rígida, como sin alma. Mientras, una descarga eléctrica tras otra recorría mi
brazo hasta llegar a la mano, como buscando a través de los dedos un cable a
tierra. Y yo despavorida, miraba hacia todos lados buscando como reactivar un
miembro sin reacción.
Durante el tiempo que duró, sentí miedo, pensé mil cosas, temí que los buenos momentos vividos con la esclerosis múltiple como el verano, habían llegado a su fin. Fue todo radical, imprevisto, incierto.
Después de un tiempo incontable, irrumpió un hormigueo, que se acopló al dolor, eran sensaciones combinadas, y en un leve momento de calma comprendí que la remisión del evento comenzaba a surgir.
Los dedos poco a poco empezaron a moverse, se activaron torpemente, a saltos y a lo loco, parecía que yo estaba fuera de escena, sin poder controlar nada de lo que pasaba por mi brazo ni mi mano. La rigidez fue cediendo, y la movilidad apareciendo. Hasta que fue reaccionando, y a los 45 minutos recuperó casi todo su esplendor, aunque dejando el antebrazo rígido, dolorido, y la mano algo descontrolada. La obediencia y pericia de mi mano ya no es lo que era, o más bien, había vuelto a ser.
Aún no sé que me desestabilizó más: si la intromisión de la Esclerosis múltiple después de unos cuentos meses invisible e inactiva, o la vuelta a los problemas de movilidad y sensibilidad de la mano. Por ahora estoy con una sensación extraña en el brazo y en la mano, quedaron tirantes, como si se hubieran peleado entre sí, y cada uno tirase para un lado la cuerda. Sin embargo, la cuerda no se rompió.
Una vez más, surgió como un aviso, que ante la esclerosis múltiple no se puede cantar victoria, porque es una enfermedad fugaz, silenciosa, y penetrante que cuando menos uno lo espera hace su aparición en escena, y entra sin golpear la puerta ni pedir permiso. Evidentemente la esclerosis múltiple es una maleducada.
Durante el tiempo que duró, sentí miedo, pensé mil cosas, temí que los buenos momentos vividos con la esclerosis múltiple como el verano, habían llegado a su fin. Fue todo radical, imprevisto, incierto.
Todo
ocurrió de pronto. Una mano paralizada, sin conseguir hacerla reaccionar, no había
nada que la devolviera a la vida. Ni una caricia que no percibí, ni un masaje
sobre la palma que no sentí. Lo que si brotó de repente, fue la bronca, la
rabia y la desesperación.
La
mano seguía inmóvil, estática, rígida, dura como una estaca. Sin reacción ni
acción. Con la mirada penetré la mano, pero no puede conseguir nada, por más
que apretaba los labios y me mordía la lengua, el dolor era profundo, hondo, y parecía
no llegar a su fin. Después de un tiempo incontable, irrumpió un hormigueo, que se acopló al dolor, eran sensaciones combinadas, y en un leve momento de calma comprendí que la remisión del evento comenzaba a surgir.
Los dedos poco a poco empezaron a moverse, se activaron torpemente, a saltos y a lo loco, parecía que yo estaba fuera de escena, sin poder controlar nada de lo que pasaba por mi brazo ni mi mano. La rigidez fue cediendo, y la movilidad apareciendo. Hasta que fue reaccionando, y a los 45 minutos recuperó casi todo su esplendor, aunque dejando el antebrazo rígido, dolorido, y la mano algo descontrolada. La obediencia y pericia de mi mano ya no es lo que era, o más bien, había vuelto a ser.
Aún no sé que me desestabilizó más: si la intromisión de la Esclerosis múltiple después de unos cuentos meses invisible e inactiva, o la vuelta a los problemas de movilidad y sensibilidad de la mano. Por ahora estoy con una sensación extraña en el brazo y en la mano, quedaron tirantes, como si se hubieran peleado entre sí, y cada uno tirase para un lado la cuerda. Sin embargo, la cuerda no se rompió.
Una vez más, surgió como un aviso, que ante la esclerosis múltiple no se puede cantar victoria, porque es una enfermedad fugaz, silenciosa, y penetrante que cuando menos uno lo espera hace su aparición en escena, y entra sin golpear la puerta ni pedir permiso. Evidentemente la esclerosis múltiple es una maleducada.
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