Primero el pie derecho, por eso que dicen que hay que entrar con buen pie, aunque quien sabe cual es el mejor pie. Me congelé en un instante. Quise ir hacia atrás, retroceder pero insistí con el otro pie. Era frio, transparente, ruidoso, y salado. No el encontraba explicación pero ese era el día, lo había logrado, estaba en el mar. Después de derribar fantasmas y ante una mejoría evidente, la sensación era inaudita, infinita, más bien inexplicable. No sabía si reirme o llorar pero de alegría. Yo estaba en el agua, en la inmensidad del mar. Me quedé quieta, impávida unos minutos disfrutando por un lado y esperando que mis piernas entraran en calor. El agua estaba helada, a pesar que era un día caluroso de verano. Fui entrando poco a poco, era más que una inmersión. Todo alrededor requería de un esfuerzo, no sobre humano, pero si un esfuerzo al fin. A mi compañera de viaje, la muleta, la dejé sobre la arena, lejos de mi alcance, no era momento de estar juntas, me quería liberar, sentir
Desde hace casi 15 años mi vida cambió, cuando me diagnosticaron Esclerosis Múltiple. Desde ese momento comencé un camino de adaptación, a veces mejor llevado y otras atragantado. Luego de un largo tiempo de cambios abruptos de sensaciones, sentimientos, impotencia e incertidumbre llegó el momento de poder compartir este espacio con todos los que quieran comprender a quienes vivimos con una enfermedad crónica, degenerativa y discapacitante. Empecemos este camino de comprensión y apertura.