Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Fue un golpe seco, sin caída, un flash, que irrumpió sin previo aviso. La mano quedó inmóvil, dura, sin movimiento. Perdió toda capacidad, ya no fluía, estaba inmóvil, rígida, como sin alma. Mientras, una descarga eléctrica tras otra recorría mi brazo hasta llegar a la mano, como buscando a través de los dedos un cable a tierra. Y yo despavorida, miraba hacia todos lados buscando como reactivar un miembro sin reacción. Durante el tiempo que duró, sentí miedo, pensé mil cosas, temí que los buenos momentos vividos con la esclerosis múltiple como el verano, habían llegado a su fin. Fue todo radical, imprevisto, incierto. Todo ocurrió de pronto. Una mano paralizada, sin conseguir hacerla reaccionar, no había nada que la devolviera a la vida. Ni una caricia que no percibí, ni un masaje sobre la palma que no sentí. Lo que si brotó de repente, fue la bronca, la rabia y la desesperación. La mano seguía inmóvil, estática, rígida, dura como una estaca
Desde hace casi 15 años mi vida cambió, cuando me diagnosticaron Esclerosis Múltiple. Desde ese momento comencé un camino de adaptación, a veces mejor llevado y otras atragantado. Luego de un largo tiempo de cambios abruptos de sensaciones, sentimientos, impotencia e incertidumbre llegó el momento de poder compartir este espacio con todos los que quieran comprender a quienes vivimos con una enfermedad crónica, degenerativa y discapacitante. Empecemos este camino de comprensión y apertura.