El otro día para bajar a la estación del metro de Algorta decidí usar el ascensor, cosa que comúnmente no hago porque sostengo que mientras pueda bajar por las escaleras por mi cuenta, así lo haré. Habían subido 3 mujeres. La última fui yo. En cuanto llegué a la puerta pregunté si entraba, había lugar no para bailar un malambo pero entraba cómodamente. Además el cartel decía que tenía capacidad para dos personas más que las que estaban. Un par de ellas tendrían unos 55-60 años, y otra de 35 años aproximadamente. Una de las mayores me miró y puso cara como “acá vos no entrás”. Si bien me sobran kilos esa mirada estuvo de más. Y al no empezar a bajar el ascensor me dijo “creo que te tenés que bajar, porque con vos el ascensor no se mueve”. No la miré, sino que le clavé los ojos. No me la comí porque sino iba a seguir engordando. Y acto seguido le dije “si entro, además tiene capacidad para 5 personas y somos 4”. Como si no fuera suficiente miró de reojo a otra de las señoras, c
Desde hace casi 15 años mi vida cambió, cuando me diagnosticaron Esclerosis Múltiple. Desde ese momento comencé un camino de adaptación, a veces mejor llevado y otras atragantado. Luego de un largo tiempo de cambios abruptos de sensaciones, sentimientos, impotencia e incertidumbre llegó el momento de poder compartir este espacio con todos los que quieran comprender a quienes vivimos con una enfermedad crónica, degenerativa y discapacitante. Empecemos este camino de comprensión y apertura.