Hoy me desperté como un día cualquiera,
iba a ser cualquier cosa, menos eso. En
cuanto pisé el suelo, me resultó increíble, sentí el frio del piso de madera, después pude diferenciar las texturas de la cama y del suelo. Impresionante. Era algo que estaba viendo venir, desde hacia una semana no necesitaba tanto apoyo. No quería adelantarme, pero era algo evidente, que podía llegar a hacerse realidad. Y se hizo.
La alegría brotó de golpe, y mi sonrisa no tardó en aparecer. Estaba caminando con la muleta en la mano, sin apoyarla en el suelo. Mis ojos seguían cada movimiento, grabando el acontecimiento primero el suelo, la pierna, el pie, y finalmente la muleta. Estaba claro que algo sobraba, y por segunda vez. La emoción contenida brotó de golpe. Magia, milagro, suerte, fortuna, sorpresa, y que más da, estaba andando sin muleta y eso era lo que importaba.
Una más, una más, un clamor lanzado al aire. 1, 2, 3, 4, 5 cuadras todo un logro. En ese momento, comencé a notar que las fuerzas me estaban fallando, la seguridad de mis pasos, se escabullía entre las baldosas. Sólo faltaba una cuadra para llegar a mi destino, y que menos que fuera Arrigunaga, el mar, la playa y los acantilados me estaban esperando para festejarlo juntos.
Aún no había llegado, faltaba muy poco. Me detuve, respiré, y fijé la vista en la meta. No estaba en mis planes después del esfuerzo, cualquier cosa, menos llegar apoyando la muleta. Me tomé un tiempo. Apreté los puños, tenía que llegar caminando y sin muleta. Ese era el desafío, y lo quería lograr. Una cuadra por delante, sólo una. Mientras, luchaba contra la adversidad de mi cuerpo, que pedía a cada paso, con más contundencia, que bajase la muleta. Mis piernas estaban siendo abandonadas por la firmeza.
Lo logré, y lo disfruté como cuando hace menos de 2 años caminé sin muleta por primera vez, después de 7 años. Esta fue la segunda vez. Junté las piernas y salté. Era el colofón de un momento único, que por fortuna, volví a vivir.
cuanto pisé el suelo, me resultó increíble, sentí el frio del piso de madera, después pude diferenciar las texturas de la cama y del suelo. Impresionante. Era algo que estaba viendo venir, desde hacia una semana no necesitaba tanto apoyo. No quería adelantarme, pero era algo evidente, que podía llegar a hacerse realidad. Y se hizo.
La alegría brotó de golpe, y mi sonrisa no tardó en aparecer. Estaba caminando con la muleta en la mano, sin apoyarla en el suelo. Mis ojos seguían cada movimiento, grabando el acontecimiento primero el suelo, la pierna, el pie, y finalmente la muleta. Estaba claro que algo sobraba, y por segunda vez. La emoción contenida brotó de golpe. Magia, milagro, suerte, fortuna, sorpresa, y que más da, estaba andando sin muleta y eso era lo que importaba.
Una más, una más, un clamor lanzado al aire. 1, 2, 3, 4, 5 cuadras todo un logro. En ese momento, comencé a notar que las fuerzas me estaban fallando, la seguridad de mis pasos, se escabullía entre las baldosas. Sólo faltaba una cuadra para llegar a mi destino, y que menos que fuera Arrigunaga, el mar, la playa y los acantilados me estaban esperando para festejarlo juntos.
Aún no había llegado, faltaba muy poco. Me detuve, respiré, y fijé la vista en la meta. No estaba en mis planes después del esfuerzo, cualquier cosa, menos llegar apoyando la muleta. Me tomé un tiempo. Apreté los puños, tenía que llegar caminando y sin muleta. Ese era el desafío, y lo quería lograr. Una cuadra por delante, sólo una. Mientras, luchaba contra la adversidad de mi cuerpo, que pedía a cada paso, con más contundencia, que bajase la muleta. Mis piernas estaban siendo abandonadas por la firmeza.
Lo logré, y lo disfruté como cuando hace menos de 2 años caminé sin muleta por primera vez, después de 7 años. Esta fue la segunda vez. Junté las piernas y salté. Era el colofón de un momento único, que por fortuna, volví a vivir.
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